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Promover una alimentación sostenible y saludable de manera práctica, accesible y consciente.
Tratemos de adentrarnos y entender mejor los desafíos y beneficios de esta acción. Tiene un peso importante ya que, de este modo, podemos realmente apoyar un cambio más sostenible y social en el modelo de alimentación. Más abajo, te proponemos unas acciones concretas.
Existen centenares de calendarios de temporada en internet que abarcan toda la península. No obstante, el concepto mismo de temporalidad no tiene mucho sentido si lo desvinculamos de su localidad, correspondiente de un clima, una tierra. Según los años y las variaciones del clima, del cambio climático, las temporadas siempre evolucionan, moviendo las pre y post temporadas. Cuántas veces un agricultor os dirá que este año su producción se adelantó o retrasó.
Por lo tanto, consumir de temporada implica naturalmente abastecerse de productos de cercanía a tu lugar de residencia. Globalmente se considera un consumo local lo que se produce hasta 100 Km a su alrededor, pero, se admite distancias hasta 250 km, especialmente para los productos que no se producen cerca.
Por lo tanto, para conocer realmente los productos de temporada, lo mejor que podemos hacer es preguntar a una tienda bien informada que nos abastece en productos locales.
Cada temporada responde a las necesidades de nuestro cuerpo. En invierno, cuando bajan el sol y las temperaturas, necesitamos más nutrientes y vitaminas C. ¡Por suerte!, los campos abundan en verduras ricas en minerales y carbohidratos (col, espinaca, patatas, boniatos, etc.) y es el momento de gozar de las naranjas, mandarinas y pomelos, ricos en vitaminas C. En verano, al contrario, necesitamos más agua, y disfrutamos comiendo sandias, melones, tomates y calabacines.
Los alimentos de temporada suelen ser mucho más sabrosos y ricos en nutrientes, cuando han madurado al sol y han sido recogidos en su punto para llegar en poco tiempo a manos del consumidor. Los productos fuera de temporada a menudo acaban madurándose durante el transporte, pasan mucho más tiempo en cámaras refrigeradoras y reciben más tratamientos postcosecha, tales como conservantes (quién no se ha quejado de los tomates insípidos del invierno).
Hablar de economía local tiene todo su sentido si apoyamos sobre todo a los pequeños productores. Está en juego aquí muchos aspectos relacionados con la agro-industrialización y la globalización del mercado y de nuestro territorio. Apostar por la pequeña y mediana empresa de cercanía tiene muchas virtudes a nivel social y medioambiental:
> Creamos más empleo (sumando, las pequeñas empresas crean más empleo que las grandes corporaciones)
> Evitamos la dispersión de la cadena de producción en otras regiones o países (habitual en las grandes empresas)
> Evitamos que los territorios se especialicen tanto (ejemplo: Huelva inunda sus fresas en toda europea cuando Cataluña y otros podrían producir mucho más).
> Evitamos que los campos y los pueblos se vacíen al concentrar mega fabricas o hectáreas de terreno en determinadas zonas del país.
> Las pequeñas o medianas empresas arraigadas a un territorio suelen generar menos impacto en el medioambiente.
Esta apuesta por lo local debe también estar acompañada de una reevaluación de nuestros sistemas de distribución para asegurar un precio más justo a los productores. Desde hace ya muchas décadas, la presión habitual por parte de las grandes distribuidoras no les permiten vivir dignamente.
En este sentido, abastecerse en circuitos cortos es de gran apoyo para ellos.
Las frutas y verduras fuera de temporada (es decir fuera de su localidad) suelen venir en camiones, por barco o avión (a menudo climatizados). No hace falta recordar que son métodos de transporte contaminantes que podríamos evitar al consumir productos de proximidad.
¿Pero qué hacer, por ejemplo, con los plátanos de canarias que vienen en avión? Los plátanos no se producen en Cataluña, por lo tanto, no hay otra opción que importarlos. La propuesta: considerarlos como un producto más ocasional.
Es la simple «ley del mercado». Cuando abundan, por ejemplo, los tomates en agosto, su precio va a la baja. Es una realidad que ya sabemos y que nos confirma claramente que los productos de temporada suelen ser más económicos.
Ahora, nos pasa también que un producto de proximidad puede tener un precio más alto. Aquí entramos en la “ley del gran mercado” que hace que un aguacate de Perú será más económico que su producción en Málaga o que el tomate del Bages sea más caro que el tomate de Murcia.
Cuestión de cantidad (más se produce, más se negocia a la baja el precio final) y del coste de la mano de obra: los dos principales factores que determinan el precio final.
Pero producir de manera intensiva requiere expandir pesticidas, centralizar las producciones (como nuestro horticultor nacional que es Almería o los kiwis de Nueva Zelanda) y a menudo pagar a los trabajadores lo mínimo posible. Son muchas y graves las repercusiones que tiene el modelo intensivo para nuestra salud, el medioambiente y nuestra sociedad.
Es una ecuación para un debate sin fin… o no. Depende también de nosotros como consumidores.
Al contar con un consumo local, los pequeños comerciantes suelen acceder más fácilmente a la información del lugar exacto de producción (nos evitamos el cartel habitual que dice “España”). Además hay más probabilidad de que conozcan a sus proveedores y por lo tanto, nos puedan compartir sobre sus historias y sus métodos de producción.
Un ejemplo de esta práctica nos la puede aportar las cooperativas de consumo, ya que tienen un contacto directo con los productores. (VER EL MAPA).
Hay que reconocer que poco a poco nos hemos acostumbrado a comer fresas, calabacines y berenjenas en invierno, o tomates todo el año. Los circuitos de distribución global y nuestros hábitos alimenticios que acaban centrándose en pocos alimentos, nos ha desconectado del vínculo estrecho con las estaciones.
Nos parece vital retomar esta consciencia, cambiar el “chip” y tener el placer de esperar y festejar las primeras frambuesas (como cualquier alimento, ¡nos entendemos!).
La industrialización de nuestro sistema agrícola actual dejó en el camino a muchas variedades y conocimientos más artesanales. No se trata aquí de ir en contra de una cierta innovación o modernidad, sino más bien de cuestionarnos sobre sus derivas y nuestros hábitos.
La mundialización nos permite probar una variedad importante de productos y sabores. Pero, por otro lado, estamos frente a un mundo cada vez más uniforme. LA FAO lo va revelando desde hace años y un reciente estudio nos deja una vez más con la boca abierta (aunque se sitúa a una escala mundial… no hay dudas que es pertinente en Cataluña): “de las 6000 especies de plantas que se cultivan para obtener alimentos, menos de 200 contribuyen de manera sustancial a la producción alimentaria mundial, y tan solo nueve representan el 66% del total de la producción agrícola. (…) y eso se ha venido reduciendo conforme se industrializó la agricultura, se empobreció la dieta”.
Como otro ejemplo, a principios de los años 70 en España, había unas 380 variedades de melón. Hoy en día solo quedan 10 a 12.
Pasa lo mismo con todo. Con las variedades locales de ganado, con nuestros conocimientos más artesanales, entre otros. Si bien los ramen y tacos han llegado a nuestras mesas, estamos reduciendo drásticamente nuestra biodiversidad local, y por lo tanto global.
Esta necesaria preocupación por la reducción de la biodiversidad tiene además un peso muy importante en nuestra resistencia a las plagas, al cambio climático pero también a los virus. Con el covid, muchos científicos vincularon directamente su origen y expansión a la pérdida de biodiversidad.
En la serie de todas las problemáticas que generó la crisis del covid, una creó mucha inquietud: los pocos días que nos quedarían para alimentar las grandes ciudades si los circuitos de distribución llegaban a colapsarse. La causa se encuentra en que nuestros sistemas alimentarios están muy dependientes del mercado mundial.
Optar por un consumo local permite por lo tanto potenciar los circuitos de distribución del territorio. Pero más allá de esta visión un tanto logística, se trata de asegurarse que nuestros recursos naturales como el agua, la tierra o las semillas, no se queden en manos de pocas grandes corporaciones. Es defender el derecho a tener mayor independencia y asegurar un mundo rural más vivo, diverso, que pueda vivir correctamente de sus oficios.
La cantidad asombrosa de plástico que usamos para envasar nuestros productos, es otra de los grandes desafíos de la transición alimentaria. Vamos abriendo ruta con la compra a granel, pero lo cierto es que vamos lento. Hay un tema legislativo vinculado con la seguridad alimentaria pero tenemos margen. Por ejemplo con la verdura y la fruta podemos rechazar todos aquellos envasados insostenibles. ¿Es tan necesario comprar mis 4 manzanas en una bandeja de plástico? Las verdulerías del barrio suelen evitarlo, al contrario de los supermercados que dependen de redes más grandes de distribución donde el sobre-embalaje es muy común.
Café, chocolate, plátano, etc., son todos aquellos productos que, por no poder producirlos bajo nuestras latitudes, no tenemos más opción que importarlos.
Ahora, está bien confirmar esta información con tu tienda habitual porque quedan muchas dudas. Por ejemplo, sí que se producen Kiwis en el país valenciano (y no solo en Nueva Zelanda), sí que se producen aguacates en la comarca de Tarragona (y no solo en Perú).
Respetar el ciclo de reproducción de los peces es imprescindible para asegurar los niveles de estoc. Suele haber reglamentaciones que delimitan las zonas y las temporadas de pesca para ciertos pescados, pero no siempre se respetan, o muchos peces no están considerados por tal reglamentación. Igual pasa con el tamaño mínimo del pescado que marca su edad y por lo tanto su capacidad de reproducción. Los abusos o la despreocupación son frecuentes.
El cultivo en invernadero remonta a tiempos ancestrales y suele ayudar al agricultor, cuando, por ejemplo, tiene que protegerse de las fuertes lluvias o heladas. Sin embargo, tiene sus “peros”, como la profusión de plástico que se utiliza para cubrir los campos y que se renueva cada 2-4 años (en Almería hay 30.000 hectáreas cubiertas por plástico. Un campo de futbol es casi una hectárea). En ciertas regiones los invernaderos están calefaccionados por energía mayormente no renovable, lo que representa un aumento de las emisiones de CO2. Como último punto, la región de Almería, donde se concentra la mayor parte de la producción hortícola intensiva en invernadero, es desafortunadamente fuente de muchas críticas en cuanto a las condiciones laborales de sus trabajadores (remuneración muy baja, explotación de personas imigrantes, entre otros).
Por lo tanto, hay que vigilar e informarse bien sobre cómo se están produciendo los alimentos cultivados bajo invernaderos.
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